24x7
Luego de un triste final en su último empleo, evaluó por un corto período la posibilidad de sobrevivir elaborando velas artesanales y tocando el piano para los mozos de algún que otro bar. Si bien no era un programador muy destacable, las desprolijidades en las velas artesanales y en piezas de piano populares se notaban bastante más aún que en una aplicación de software, por lo que prontamente volvió a sentarse frente a su computadora. Al tiempo comenzó a atender el teléfono de su casa con un “Manas, buenos días?”, al cual muchas veces le seguía un “Si ma, tengo comida en la heladera aún.” Un ilustre y extrañado compañero se le sumaba algunas tardes a programar en su departamento, volcando mate sobre su notebook cada vez que festejaba un commit. Los experimentos con sueño polifásico y días de 28 horas, lo llevaron a la conclusión de que la vida de programador free-lance insomne era triste y de que añoraba compartir su pasión con otras personas igualmente entusiastas.